La pandemia obligó a cientos de instituciones educativas a desarrollar estrategias de emergencia que hicieran posible enseñar y aprender fuera de la habitual dinámica escolar. Ciertamente, los roles se flexibilizaron, los tiempos se modificaron y los formatos educativos se transformaron.
Meses después, nos encontramos ante un nuevo desafío: reabrir nuestras escuelas garantizando -en el marco del distanciamiento social- encuentros pedagógicos significativos e inclusivos que promuevan aprendizajes de calidad.
Asumir el reto supone, en primer lugar, detenernos a volver a pensar lo propio de la escuela; para -sobre la base de lo vivido, lo aprendido y lo creado- diseñar una que responda a las necesidades y características que enmarcan el contexto actual.
Invitamos a la comunidad docente a transformar cómo habitamos el espacio escolar.
Desde las lógicas y dinámicas que supone el modelo bimodal, nos atrevimos a rediseñar los tiempos escolares, los perfiles, las características del encuentro pedagógico y el rol de la comunidad.
Pues comprendemos, al igual que Claudia Floria (2016), que la bimodalidad es mucho más que incorporar nuevas herramientas informáticas y digitales a las clases presenciales o viceversa.